Minuto
CHAVA PORTILLO
Leí por ahí la reflexión que muchas ocasiones nos hemos hecho los adultos refiriéndonos a que tiempos pasados fueron mejores. Existimos en una generación que teníamos que caminar diez-doce cuadras para asistir a la escuela con la temperatura clásica de nuestro estado, ocasiones a 40 grados a la sombra y otras a punto de congelación. No pasaba nada, si acaso un pinche catarrito que nuestra madre mitigaba con Vick Vaporub untado desde el pescuezo hasta el ombligo y en las plantas de los pies forrados con papel periódico.
No existían las becas, no había psicólogos ni terapeutas, no había traumas y si aparecía algún complejo o malas calificaciones, desaparecían con un reglazo y cuidado te llamaran a la dirección para avisar a tus padres, porque madre santa, era delito mayor. A los profesores se les hablaba de usted e invariablemente terminando las clases había que barrer y trapear el salón con petróleo.
El pase era seis y llegar con un cinco de reprobado a la casa te dabas cuenta que existía la ley marcial, pero luego de una reprimenda aplicada con el cinto repetías año y no había tragedia ni existía el bullyng. Los asesores para apoyarte en los exámenes no se habían inventado y tenías que clavar el cuerno estudiando o convertirte en excelente “copiador”, lo importante era pasar año. Te bañabas muy de madrugada con agua fría y en ocasiones no había el glamour del desayuno, menos habían inventado los oxxos, así es que te aguantabas hasta la comida porque jamás suspendían las clases por junta sindical o porque no había luz en los salones.
Ningún salón de ninguna escuela por los que crucé tenía abanico mucho menos pensar en aire acondicionado y nadie se murió por eso. Tomabas agua de la llave después de correr como loco en el recreo y te sobraba energía para caminar de regreso a casa.
Había pleitos, pero más decentes, no felonías ni ventajas, mucho menos que recuerde muertos por la riña y tenías más temor que llegara a oídos del director porque los castigos eran ejemplares. Existía solo el ábaco, no conocíamos la calculadora, mucho menos la computadora o el celular y como remate había que entregar la “colilla” del lápiz que se acababa para que dieran uno nuevo.
Pues esas generaciones que engendramos, que los llevas al colegio en el auto y no permites que caminen quince metros, que calzan tenis de marca y ropa exclusiva americana, que van de vacaciones a la “isla”, que son asistidos por catedráticos para presentar el examen sin problemas, que toman Ritalín e invariablemente desayunan a la carta y asisten al mejor colegio bilingüe -obvio- son los que ahora están tomando las riendas de los consorcios que les cierran las puertas a los que han llegado a los cincuenta años.
Los que no logran ese objetivo, se quejan por falta de oportunidades o luchan por una gubernatura y sueñan con una presidencia, así de fácil.
De manera increíble los jóvenes de esa edad madura son etiquetados inservibles y un estorbo ya no digamos vejestorios como el de la pluma. Requieren chavitos veinteañeros con una lap top bajo el brazo, aunque carezcan de perfil, de experiencia o tal vez como exige el presidente López para su equipo: 90% de lealtad y el resto de capacidad.
Cómo han pasado los años cantaba la canción que llevamos de serenata y hoy es el triste epitafio de nuestra existencia. minutochavaportillo@gmail.com